Diluvio tropical

 No es de extrañarse que la lluvia donde vivo parezcan piedras que cayeron del cielo.

Parece la ira de un dios o las lágrimas de los que han caído.

Caen con fuerza y así rompen el suelo. Caen con fuerza y te golpean en la conciencia.

Las tormentas de mi trópico se asemejan a los pensamientos locos de algunos y a mis emociones incomprendidas que provoco.

Peco de ignorante si lo digo, pero aún no conozco el nombre del dios de la lluvia al que invocaban mis antepasados, si fuera que realmente existe, creo que es un ser iracundo que excreta la cólera en forma de lluvia pero que a su vez nos deja beber de ella para bien, para la vida y para calmar la sed.

Si usted, persona que lee esto, no ha vivido una experiencia de diluvio tropical, es porque no ha visitado mi tierra.

Aquí la lluvia es como una tela blanca que desvanece lo que se ve en lo profundo. Oculta todo y causa ceguera del paisaje y no permite ver lo que hay a unos metros porque así como refresca, crea caos que se filtra entre la tierra. 

Pero luego de todo este caos y aunque sea una frase trillada, llega la calma. 

El petricor perfuma mi barrio. Este paisaje urbano humilde, sin lujos, se unge con el fuerte aroma que pueden oler ricos y pobres por doquier.

Las aves salen de sus refugios, la luz comienza a correr enloquecida por entre los agujeros de las nubes y golpear con locura en las ventanas de mi casa traspasar las retinas de mis ojos.

Es una melodía caótica, un grito de locura que humedece las avenidas, los trillos, potreros, cafetales, charrales, piscinas, techos de lata, al caminante, a la sombrilla y a todo aquel que se atreve a retarle.

Ahí estuve yo, como en el Arca, viendo el diluvio pasar, corto, muy breve pero aguerrido.

Pude ver los cables balancearse como asemejando un columpio del aire.

Esta querido amigo, no es mas que la melodía de los elementos, el diluvio tropical de temporada, una canción que da vida, una sonata que enamora.

 

 


 

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