El ocaso de la podredumbre


Quieta la cordura, con sobredosis de bostezos por la tarde.

Reposa sentada en una silla vieja a cuenta gotas de segundos, dispersa en un mar de pensamientos.
Ella como que trata de dibujar un trazo suave de un perfil amado, aunque su mente se contiene de desbordar en la locura que la impotencia le carcome... pero resiste.

Vestida de negro y amarrada con cuerdas que vienen del corazón, se condimenta con pastillas azules y otras blancas más pequeñas para fortalecerse el alma.

Por la mañana, un día próximo salió a caminar;.no muy lejos de donde debe estar para encontrarse en un recinto de emociones, donde la locura y la tristeza coqueteaban con la ira y el desenfreno mientras la seriedad se había dormido y el amor viajaba lejos. Para ese entonces: la aburrida cordura se aproximaba a la habitación, esto mientras sus colegas le miraban con desprecio pues presentían que la fiesta se iba a llenar de lógica y sensatez que no cabían en el aposento mágico.

Pero, la sorpresa llegó sin avisar para todos. De milagro, la cordura vestida de negro y enlutada por el desamor, tomó unas botellas de licor y comenzó a dejarse llevar por el espíritu que vertió en su vaso hasta hacerlo desbordar: Una mezcla poco común, una mezcla anormal de melancolía y amargura al paladar.

Sus palabras fueron nulas. Pensativa la cordura, se entrometió en el lío atrayente de la espuma que hervía con el hielo y las palabras locas que provenían de sus colegas. En medio de tanto bullicio, su corazón cargado de veneno y suciedad que había contaminado en sus venas abstractas, llenas de sabor vinagre y un sentimiento de amargura que le mataba un poco cada vez.

Solitaria en su mesa, la cordura sin darse cuenta atrapó la atención de aquella que estaba en la locura. Esta, con la complicidad de la empatía, comenzó a sentir la muerte, el frío del alma que yacía en aquel pecho podrido. La muerte le rondaba como pájaros que vuelan sobre un cadáver y arrancan los restos muertos de la piel con sed insaciable. Ni tan siquiera una fuerza vital impulsa sus pies, más que el combustible de los químicos que son absorbidos por su sangre y algunos otros que fueron procesados a manera de pastillas para dormir y un libro de motivación prestado: un libro viejo. Además de las palmadas en la espalda que por montón había recibido ya.

Sigiloso como rata en medio de festín de gatos callejeros, la locura se acercó en un descuido para entablar conversación, para despertar a este cuerpo muerto que hiede y se pudre. Se acercó con un esfuerzo extra, se acercó a pesar de la pestilencia pero se dejó llevar como metal que lo llama un imán solitario a estar pegados por siempre. A gritos la cordura: enferma y orgullosa como un león, con el llamado de sus poros ocupaba la locura en su interior sabía que había entre tanto sentimiento la cura para sanar. A gritos y gemidos desesperantes aunque mudos para los oídos naturales , estos gritos salían de sus poros muertos para rasgar el cielo. La locura atraída como bajo el trance seductor, se dejó llevar por el llamado de auxilio en estado grave... y así, al final se aproximó tanto como para ocupar el espacio de su cuerpo, de su estuche desahuciado. 

La esperanzada locura, sudando frío pero valiente, estiró su mano hasta tocar el hombro moribundo de la cordura: vacía, podrida y con temor pero sorprendida al ver cómo en medio de su muerte que ganaba terreno devorando la llama de su vida imparable, tan solo un soplo de locura en su boca tomó el aire que llegó hasta sus entrañas y así salvarle de la peste: el desamor. Ese sentir que burbujeaba pus hirviendo entre sus huesos y escupía en la cara del soplo de vida. 

El cascarón se ha roto, el beso mortífero se ha ido. La locura dejó correr sus aguas por sus dedos, la mortífera sustancia se fue para no volver jamás: La locura tomada por sí misma,  se ensañó no la boca que moría de sed, no dejó ir la oportunidad y selló la hazaña con un beso imparable.

Entrelazados como dos bestias, la cordura y la locura se complementaron como nunca, uno dentro del otro para sorpresa de la incredulidad, la molestia, la tristeza y todos los demás que esa tarde volvieron a darle espacio al amor que se había marchado lejos.






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