El ocaso de la podredumbre
Quieta la cordura, con sobredosis de bostezos por la tarde. Reposa sentada en una silla vieja a cuenta gotas de segundos, dispersa en un mar de pensamientos. Ella como que trata de dibujar un trazo suave de un perfil amado, aunque su mente se contiene de desbordar en la locura que la impotencia le carcome... pero resiste. Vestida de negro y amarrada con cuerdas que vienen del corazón, se condimenta con pastillas azules y otras blancas más pequeñas para fortalecerse el alma. Por la mañana, un día próximo salió a caminar;.no muy lejos de donde debe estar para encontrarse en un recinto de emociones, donde la locura y la tristeza coqueteaban con la ira y el desenfreno mientras la seriedad se había dormido y el amor viajaba lejos. Para ese entonces: la aburrida cordura se aproximaba a la habitación, esto mientras sus colegas le miraban con desprecio pues presentían que la fiesta se iba a llenar de lógica y sensatez que no cabían en el aposento mágico. Pero, la sorpresa l...